Por Facundo de León
Tiendo a pensar que el carnaval es un acontecimiento superfluo.
Un evento artístico que roba la atención y asume todo el protagonismo durante un mes, pero se vuelve intrascendente durante los restantes once.
Tiendo a pensar que los y las carnavaleras, en un juego bastante infantil, solemos autoalimentar el discurso de que el carnaval suele gustarle a mas gente de lo que imaginamos para emperifollarlo como algo importante y esto es, básicamente, porque lo consumimos nosotros/as y se explica por la sencilla razón de dotar de trascendencia para justificar nuestro insignificante pasaje por este mundo.
En resumen, por si no quedó claro, tiendo a pensar que es mucho mas insignificante de lo que creemos quienes consumimos y gustamos de dicho evento cultural.
Siguiendo esta línea de pensamiento es coherente alegar que, con excepción de quienes perciben por su trabajo en carnaval una remuneración importante, nadie sintió la ausencia de carnaval en febrero de este año.
La hipótesis -avalada por un inexiste y doloroso marco teórico- se refuerza luego de un año pandémico que a atravesó la humanidad y se encargó de posicionar a la cultura en el rezago final de la agenda.
Entonces, en este contexto, debo ser claro y aclararle a la secta carnavalera que nadie les extraño.
Nadie extraño las retiradas, ni las presentaciones, ni las caricias políticas al Frente Amplio, ni las riñas del concurso que algunos definen como folclore, ni las indignadas editoriales que los solemnes medios y periodistas eximen cada febrero sobre la unísona postura política de los conjuntos de carnaval, ni la bajada, ni el pedregullo, ni el tablado, ni los ensayos, ni los fallos, ni las caminatas, nadie.
Es lógico que esto suceda, la pandemia hizo y está haciendo estragos en materia sanitaria, social, económica, cultural y el carnaval, como tantos otros eventos, pasó a una categoría mas residual de la que ocupa en tiempos normales.
La pandemia se encargó de disolver todos los espacios de encuentro colectivos, de identidad común, y en Uruguay, hay un gobierno que hizo y hace fuerzas para que se mantengan bien disueltos.
Un discurso, amparado en enormes virtudes comunicacionales, se convirtió en el mas común de los sentidos; la libertad responsable. Dicen por ahí que científicos/as trabajan en un equipo multidisciplinario tratando de discernir si ambos conceptos son compatibles.
Lo cierto es que se posicionó un discurso conceptualmente vacío, pero con enorme cantidad de adeptos.
El gobierno nos dice todo lo que individualmente debemos hacer para no contagiarnos, nos dota de responsabilidades, nos exime de incentivos y punitivamente nos juzga de las factibles consecuencias de nuestros actos individuales diciendo, por ejemplo, que, si fracasa la responsabilidad responsable, fracasa la humanidad.
A un problema colectivo, le ofrece salidas individuales y eso es tan preocupante como falso.
Con su envidiable construcción semántica de los relatos que ofrece; logró imponer que su estrategia de combate a la pandemia sea la hegemónica. El contexto facilita la imposición de este relato.
¿Y el carnaval? El carnaval en su insignificancia es un espacio de encuentro colectivo, de relacionamiento, de identidad que excede ampliamente la mera identificación por afinidad cultural.
Es un espacio de encuentro caracterizado por la manifestación momentánea de reacciones comunes escindidas por el auditorio mediante las narraciones artísticas de los conjuntos.
Es una vidriera de situaciones compartidas que transitan desde los lugares mas superfluos e intrascendentes hasta las contradicciones humanas mas perversas que todos y todas acarreamos.
Es una galería donde nos identificamos y entendemos que esa identificación o problema no es individual sino, colectivo y cuando nos damos cuenta de que es compartido se vuelve, por un momento, mas liviana y mas fácil de sobrellevar.