Por Guzmán Ramos
La pandemia de Covid 19 plantea una de las grandes interrogantes de cara al 2021: saber qué tipo de carnaval podrá realizarse, en medio de distanciamiento social, restricciones económicas y amenazas de rebrotes.
El carnaval uruguayo, auto consagrado como el más largo del mundo, comenzó, tardíamente, una discusión sobre las formas y modos de desarrollarse.
No obstante, según parece, existe suficiente voluntad para realizar una celebración de transición que permita un Concurso Oficial y la puesta en marcha de escenarios barriales, aunque sea, de emergencia.
Pero el Covad no es una novedad.
Es que el carnaval ya estuvo en situaciones de tensión y sufrimiento a lo largo de 170 años, por distintas causas: fiebre amarilla, cólera, revueltas políticas, caos administrativos y poliomielitis, según recuerda la historiadora Milita Alfaro, en una reciente entrevista con Calle Febrero.
Y los resultados fueron variados: desde la suspensión total o parcial, hasta las ingeniosas y turbulentas formas que los montevideanos eligieron para evadir las prohibiciones oficiales, algunas de las cuales fueron tan disparatadas que, el remedio, terminó siendo peor que la enfermedad.
LA FIEBRE AMARILLA DE 1856
Ese año, relata Alfaro, una epidemia de fiebre amarilla azotó la capital.
Si bien los festejos de carnaval no existían como los conocimos a partir de las siguientes décadas, aquella fiebre fue una de las primeras amenazas sanitarias que tuvo una ciudad que comenzaba a desarrollarse urbanística y demográficamente.
La enfermedad hizo estragos: murió uno de cada diez.
El antecedente sería invocado una década más tarde, cuando otra peste pusiera en jaque a la población de un joven país.
1868: CÓLERA, ASESINATOS POLÍTICOS Y UN TELEGRAMA QUE DESATÓ UN BAÑO DE SANGRE
La segunda amenaza al carnaval llegó en 1868.
Las malas noticias llegaron tempranamente, cuando una epidemia de cólera se expandió por la ciudad.
Afectó al 2% de la población, en medio de un verano sofocante.
Sin embargo, nadie pensó que esa fuera una razón suficiente para cancelar una fiesta cuyo comienzo estaba previsto para el 23 de febrero.
Lo que precipitó los acontecimientos fue la convulsionada situación política que tuvo como protagonistas al caudillo colorado Venancio Flores, sus hijos y al expresidente Bernardo Prudencio Berro, a los que se sumó la amenaza de invasión de Timoteo Aparicio al mando de sus tropas.
El 15 de febrero los hijos de Venancio Flores produjeron la llamada «Revolución de Los Muchachos», un levantamiento que duró apenas 24 horas.
El motín buscaba evitar la entrega del poder, tras la renuncia de su padre, que dejó la Presidencia ese mismo día, para buscar un nuevo mandato desde marzo.
Pero las aguas ya venían caldeadas.
Los blancos, comandados por el expresidente Berro, se oponían a los planes políticos amañados de Flores, y lanzaron su contra revolución, que terminó con el Día de los Cuchillos Largos, donde ambos expresidentes fueron víctimas de asesinato.
El clima de venganza y que se desató en todo el país se disparó a raíz de un telegrama a enviado por una de las partes a los jefes los jefes de policía de todo el país, que confundía los términos «véngase» y «vénguese», una desgraciada interpretación que desató la cacería en todo el territorio.
1887: OTRA VEZ EL CÓLERA Y LA PROHIBICIÓN QUE LA GENTE NO ACATÓ
Otra epidemia de cólera se desató en 1887, por lo que las autoridades entendieron que el carnaval debía ser clausurado, a pesar de las airadas protestas.
Montevideo tenía en 200.000 habitantes, de los cuales 1317 contrajeron la enfermedad y 535 murieron, recuerda Milita Alfaro.
Eran años donde comenzaban a erigirse los conventillos y las casas de inquilinatos en una ciudad que cada vez recibía mayores oleadas de inmigrantes.
Sin ir más lejos, un año antes se había inaugurado el Medio Mundo.
Allí, las condiciones sanitarias distaban mucho de garantizar la salubridad.
Alfaro sostiene que, tras el anuncio de que no habría carnaval, se desataron la protestas y hubo quienes, desde las páginas de diarios, sostenían la inconveniencia de poner candado a una celebración que diera vuelta «los ánimos de catástrofe y tragedia».
Protestaban los curas, que querían impartir sus misas; los comerciantes, que veían deteriorada su economía y los dueños de los colegios, entre otros tantos actores de aquella incipiente sociedad.
Pero las autoridades se mantuvieron inflexibles, una decisión que tuvo, a la postre, consecuencias nefastas, porque la gente decidió burlar los edictos y celebrar el carnaval a su manera.
No hubo desfiles, ni carruajes, ni el orden natural de una sociedad que transitaba de la barbarie a la civilización.
En su lugar hubo pedradas, huevazos, guerras de agua, trompadas, corridas, garrotazos y señoras desmayadas en la calle Sarandí, relatan las crónicas, que señalan a la calle Sarandí como el epicentro de las situaciones más violentas y descontroladas.
Para calmar la situación, las autoridades permitieron un baile de máscaras y disfraces en el Teatro Solís.
Entre las actividades previstas, una llevó el lema «El Entierro del Microbio», una definición que combinó humor negro y exorcismo.
En especial, lo último, ya que, tras ese día, los casos de cólera comenzaron a bajar en la ciudad y la epidemia, misteriosamente, desapareció.
1904: LA PANDEMIA DE LA GUERRA CIVIL
La suspensión del carnaval de 1904 no fue causada por virus, bacterias ni microbios.
En este caso fue otra guerra civil, protagonizada por blancos y colorados, la que impidió el desarrollo de las actividades de Momo.
Una guerra que, según Alfaro, «fue vivida como un verdadero escándalo por una sociedad en tránsito hacia la modernización», que vio como el enfrentamiento revivió las imágenes de un país que parecía haber quedado atrás.
Los combates tuvieron lugar fuera de la zona metropolitana.
No hubo ninguna amenaza real al carnaval, pero los ánimos estaban tan crispados que no fue posible realizar una celebración oficial.
Alfaro recuerda que se llegó a paralizar hasta la construcción del primer frigorífico, con lo que ello implicaba para la economía y las exportaciones del país que parecía definitivamente lanzado hacia el progreso.
Sin embargo, hubo fiesta en los barrios, con corsos, bailes y desfiles.
1955: POLIOMELITIS, «SAQUEN A LOS NIÑOS»
Promediando el siglo XX llegó a Montevideo otra enfermedad infecciosa: la poliomielitis, causada por un virus que ataca el sistema nervioso y es capaz de generar trastornos motrices y parálisis que perduran toda la vida.
Los niños eran los más vulnerables, de modo que las autoridades clausuraron todos los centros donde pudieran existir aglomeraciones de personas. Se cerraron plazas de deportes, escuelas, playas y, por supuesto, los tablados.
La epidemia de polio entro con el verano ya instalado, pero se comenzó a agravar a partir de marzo, con el carnaval en una etapa avanzada, aún sin concluir.
Ese año, al igual que el siguiente, el Concurso Oficial se desarrolló en el Estadio Centenario, sin mayores dificultades para su finalización, pero con fuertes protestas de los participantes, ante el perjuicio económico derivado del cierre de tablados.
Finalmente, los organizadores pudieron zafar de la catástrofe económica con una serie de espectáculos en el propio Centenario, cuyas utilidades sirvieron también para donar material al Ministerio de Salud Pública, que lidiaba con una amenaza inesperada.
1926: LOS MITOS DE LA LLUVIA, EN UN CARNAVAL QUE AGONIZÓ POR LA MALA ORGANIZACIÓN
Existe la creencia popular de que la lluvia fue la causante de la suspensión del carnaval de 1926.
Sin embargo, la historiadora Milita Alfaro derriba uno de los mitos extendidos por décadas, atribuyendo las turbulencias de aquel año a la mala organización.
Y si bien no hubo ningún elemento que pusiera en riesgo la salud o la integridad física del público o los participantes, bien vale repasar, aunque sea en un apartado al desarrollo cronológico anterior, las razones de aquel desastroso carnaval.
Alfaro atribuye el inconcluso carnaval del 26 a la mala organización llevada adelante por la Comisión de Fiestas, presidida por un funcionario de nombre Sosa Díaz.
La comisión arrastraba un importante déficit de dinero, a lo que se sumaron pésimas proyecciones económicas, malos cálculos y hasta sospechas de malversación de fondos que, si bien nunca fueron confirmadas, sirvieron para deslegitimar todo un proceso que ya había nacido con el pie izquierdo.
A ello se sumó que hubo que entregar el Teatro Solís cuatro días antes de la finalización del Concurso, a raíz de un mal conteo de los días necesarios para garantizar la participación de todos.
A la escandalosa decisión de suspender el certamen se le sumó la declaración de premios desiertos en otras categorías, porque no alcanzaba el dinero para abonar los premios.
Fue el año que impidió el quinquenio de Curtidores de Hongos, la murga del momento, que volvió a ganar al año siguiente, compartiendo la primera ubicación con Los Patos Cabreros, el año en que Omar Odriozola compuso el famoso «Uruguayos Campeones», celebrando la consagración de Uruguay en el Sudamericano ganado en 1925, en Santa Beatriz.
La pésima gestión de la Comisión de Fiestas fue objeto de los dardos venenosos de la prensa nacionalista, que se hizo un festín contra la administración batllista, a través de las páginas de El País y El Debate.
No hubo primero premios.
En su lugar hubo auditorías y la funesta comisión de Sosa Días terminó siendo destituida por su improvisada gestión.