Una propuesta brillante. De las mejores que se verán esta temporada. Original, nueva y confrontativa de los modelos hegemónicos, con un valor sustancial: una alternativa al deber ser. Imperdible, hay que verla.
Por Guzmán Ramos
Foto: Sitio del tablado Monte de la Francesa
“La mayoría de las murgas jóvenes han tomado como referencia positiva a las tradicionales, haciéndole un culto inviolable al estilo instituido. Esto no significa que no se hayan producido redireccionamientos y resignificaciones en carnaval”, sostiene una de las principales conclusiones de la tesis de grado “Murga Joven, Murga Tradicional, ¿irrupción generacional?”, del sociólogo Facundo Ibiñete Rodríguez, que analiza la multiplicidad de narrativas procedentes del Encuentro de Murga Joven, así como sus efectos en el conjunto de discursos que cohabitan en el carnaval.
Sobre los cambios, Ibiñete sostiene que, aunque reconocibles, los mismos no han “afectado severamente al sistema” en su devenir.
Su conclusión, además de extensamente documentada, es desperanzadora, en tanto son los jóvenes quienes, naturalmente, deben agitar el fuego sagrado de las transformaciones.
La acumulación histórica y los instituidos -en especial los reglamentos- son los principales frenos para la aparición y colsolidación de lo nuevo, lo que salga del renglón.
Yo, además, agregaría los prejuicios, al menos, como hipótesis.
La tradición determina una previsible arquitectura: tiene un peso tan inmenso en el imaginario carnavalero que, una vez que alguien se atreve a la disidencia, genera, por sí mismo, un motivo de aplausos, aunque muchas veces el viento fresco que entra por la puerta salga por la ventana, diluyendo así el verdadero aire del peligro.
Pero la irrupción de un nuevo modo de creación y apropiación -en un género que define la identidad montevidena- está presente y pronto para salir a la cancha a sacudir el avispero.
Un estupendo ejemplo lo dio La Castrada, una de las cinco propuestas seleccionadas del Encuentro de Murga Joven 2017.
Su discurso es emergente.
Es el resultado de una elaboración colectiva, que toma como idea central la comunicación y la radio, para desarrollar un conjunto de escenas delirantes en sus cuplés sobre la jura de la bandera, la publicidad o el imperio de Brasil, entre otros, con un lenguaje irónico, que sale a la luz en cada cuarteta, escondido detrás de una aparente ingenuidad.
Pero una ingenuidad lúcida, que muestra inteligencia, a partir de un humor que acusa, es venenoso, pero que evita el golpe directo, comiendo piezas como el caballo del ajedrez, de modo contiguo: avanzando de frente, pero dando el golpe de gracia al adversario con un movimiento indirecto, hacia el costado.
Es una propuesta sólida, con una temática de interés, relevante, con ideas muy bien desarrolladas, en un carnaval donde no siempre es fácil el tránsito desde la cabeza al papel y del papel a la escena.
El humor se sostiene a partir de una mirada sobre lo micro y el detalle, explorando un territorio presumbiblemente más alejado de la zona común en la que conviven las múltiples sensibilidaedes y niveles de información del público que está azarosamente presente esa noche en la función.
Esa burla a partir de la observación de la anécdota, de la circunstancia pequeña, es un camino difícil, porque la risa, dirigida a un público masivo como lo es el del carnaval -donde acción y reacción deben ser inmediatos- tiende a la generalización, universalización y corte grueso, como ha demostrado, reiterada y magistralmente, Agarrate Catalina, desde siempre.
LO NUEVO
Sin embargo, la mayor novedad está en la narración propiamente dicha, a partir de un relato que juega, entremezcla y altera la lógica, pero sin perder de vista el punto de llegada: la comunicación.
Implican al absurdo, pero sin convertirlo en su único instrumento, porque ello que resultaría excluyente y sin sentido.
Ejemplo 1 (parte del cuplé “El Imperio de Brasil”):
“Pepepe pepe pepé / El Brasil se independizó (eh eh, oh oh) / Pero Pedro poco duró (poco duró) / Otro Pedro lo sucedió (así, se dió) / Hasta que el imperio cayó.
Con hierro y azúcar / entraba el manguito / Los blancos gobiernan / Los negros pastito / Luego con Getulio / La cosa rendía / Orden y Progreso / construyen Brasilia / Tamos pa campeones / Golazo de Ghiggia / Gobierna la izquierda / Con Rusia y con China / Somos la vanguardia / De la economía.
La copa es en casa / La sexta vendría / Hay Gol de Alemania / gol de Alemania / Gol de Alemania / gol gol gol gol.
En julio escribimo el cuplé (cuplé, cuplé) / Sin saber que iba a suceder (ceder ceder) / Quien podría el trono tener (Temer, Temer) / Si no hay nadie para escoger (coger coger).
Ejemplo 2 (Despedida)
En la parada del bondi (comiéndose una sandía) / O en pleno baile del tropi (meta vino y porquería) / se ilusiona con salir en carnaval.
Todavía tiene una letra en su cuaderno / Esa que dice algo de un Iván fraterno / Todavía tiene un vestuario en los estantes / Por si la llaman pa cantar en Asaltantes.
Es el final nos vamos yendo / Las historias no tienen un encuentro / Las partes del medio son chamuyo / Si no sabés te cuento.
Panchos no hay, escuchó el gurí / El ascensorista sigue en CTI / Y Laura no sale en Asaltantes / Porque no tiene pene No queda más por este año / ya no hay quien desarme este maraño /de tal elocuentes personajes y niños con un caño.
La conclusión ya se ve venir / queda en el recuerdo como un souvenir / Laura no sale en Asaltantes / Porque no tiene pene.
Este tipo de secuencias, de las que solo tomamos un brevísimo fragmento (y cuya mayor comprensión se lograría viendola en escena), se repiten durante todo el repertorio, como denominador común y modo de estructuración del relato.
Es un discurso provocador, resultado de un pensamiento abstracto, no simple, no universal, de apariencia desordenada, que que promueve permanentemente la tensión e incomodidad a partir de lo presuntamente inteligible, apoyado en la asociación de ideas con valor en sí mismas, pero propuestas de modo disperso, que se potencian cuando “el público más valiente” -como dice Alejandro Dolina- las interconecta.
Toca ese resto o exceso que no se puede disciplinar.
Es como una pared de ladrillos, donde la mezcla, argamasa, le corresponde únicamente al espectador, al momento de realizar su acción más nóble: decodificar.
Intertextualidad pura, en un magma de vínculos donde «el autor ha muerto», como ha dicho, radicalmente, Roland Barthes.
Alterar la lógica no es un mérito en sí mismo, pero tiene un enorme significado, en tanto, confronta de los modelos hegemónicos, racionales, basados en un mundo ordenado, rígido, lineal, sin matices, que que reafirma los cánones de belleza, los instituidos.
La Castrada pone en escena un antídoto al deber ser.
Un discurso que se presenta como alternativa a un mundo que desjeraquiza las diferencias, lo no visible, lo que está subordinado, subyugado.
Por eso, en esa inversión hay un altísimo grado de belleza: porque propone un mundo nuevo, una aventura posible, una utopía basada en construir a partir de lo distinto.
Una anécdota de Antimurga Bcg -cuyo paralelismo con La Castrada posiblemente haya notado el lector a lo largo de la descripción anterior- acaso, lo explica mejor.
Contó Jorge Esmoris que en el predio del tablado del Miramar Misiones, a mediados de los ochenta, un personaje “loco y solitario”, que vivía al costado del escenario, salía a tocar una campana cada vez que el grupo comenzaba la actuación, con sus lógicas irreverentes.
Luego se metía en su mundo desconocido.
Era apenas un segundo, casi imperceptible, pero con un valor sustancial, en un mundo capitalista, generador de angustias, fragmentación y soledades.
Es la belleza de acción política de una murga integrando universos divididos e irreconciliables, el del orden y el desorden.
Con semejante efecto, entonces, Dionisos, ha vencido a Apolo, aunque sea por un rato.
Y eso ya es motivo de festejo.
Murga La Castrada | Espectáculo: “Cien años de La Cumparsita y La Revolución Rusa” | Autores: Javier López, Juan Manuel López, Iván Meressman Higgs, Pablo Colacce, Diego Lois y Santiago Cabezudo.