El relato de Coco Rivero sobre «El loco Manicomio», de A Contramano (2003), forma parte del libro «Cien Veces Murga», de Guzmán Ramos y Fabián Cardozo, que reconstruye un centenar de historias imprescindibles del mayor género de nuestro carnaval.
El trabajo será presentado por Ediciones B en los próximos días y cuenta con la producción de Gonzalo Botta, periodista de Calle Febrero.
En el siguiente relato, Coco narra su experiencia creativa sobre una de los espectáculo fundamentales de las últimas tres décadas.
Esta historia forma parte de un capítulo que reconstruye los modos de narrar una serie de propuestas que marcaron una época, denominado «La murga humanista».
En dicho pasaje, los creativos de Contrafarsa, Colombina Che, Momolandia, Los Diablos Verdes, A Contramano y Curtidores de Hongos evocan sus vivencias más sobresalientes.
El libro fue escrito durante 2007 y cuenta con más de sesenta entrevistas a los principales creativos y referentes del género.
NARRA COCO RIVERO
El espectáculo “El Loco Manicomio” fue el resultado de un trabajo en equipo, donde los planetas se alinearon y permitieron una armonía increíble entre el texto, escena y música.
Pero una obra no puede completarse sin conocer qué pasa por la cabeza del público al momento de verla.
Cada actuación resulta un mundo alucinante y distinto, que permite al creador imaginar mil carreteras posibles; mil viajes, singulares, desde la razón y la emoción.
Lo más fascinante es enfrentarse a lo desconocido: pensar que si en un tablado hay mil espectadores, al fin y al cabo, son mil “Locos Manicomios” transitando y dejando huellas diferentes para siempre.
Sabíamos que iba a ser un espectáculo jugado, con una estética distinta, a partir del color blanco predominante en el vestuario y la escenografía.
Los cuplés “El Electroshock”, “El Desequilibrista” y “El Ángel Caído” trazaban un paralelismo y describían la dramática situación tras la crisis del 2002, que había dejado un país partido al medio.
La locura, como tema central, fue ubicado deliberadamente casi sobre el final, en el cuplé “El Feliz Cumpleaños” (*), porque era el modo de dar un vuelco y proponer un cierre conceptual a una propuesta que ya venía arrastrando abundante densidad desde la primera estrofa.
Hice un trabajo de investigación muy intenso en la previa yendo al hospital Vilardebó a observar de primera mano cómo era el comportamiento de los pacientes y volqué esa experiencia a la propuesta.
Más que sus movimientos, era importante conocer el universo de Millán 2515: las rutinas, las caras repetidas, las enfermeras deambulando con las bandejas llenas de pastillas, la suciedad, los silencios interminables en los pasillos -rotos por algún golpe abrupto por el que nadie se preocupaba-, la humedad de las paredes, la soledad de los aterdeceres para aquellos que estban ahí desde hace años, los mangazos de cigarros, las miradas tristes en ningún lugar…
Era importante entender que la locura no debía ser representada con un sentido romántico, como los clichés de locos lindos de la literatura, tantas veces reproducidos en el carnaval.
Llevé ese cuplé en los últimos días, porque lo interpretaría yo y, de ese modo, sería más sencillo marcarlo a los murguistas.
“Vamos a cantar el feliz cumpleaños, aunuqe parezca que estemos robando la plata”, le dije a los muchachos minutos antes de comenzar a ensayarlo.
Sus respuestas fueron inmediatas y al únisono: “No puede ser”, decían, sin dar crédito a lo que estaban escuchando.
“Les juro que es de lo único que estoy convencido y va a ser un gol”, retruqué y esa misma noche lo comenzamos a trabajar, a pesar de la desconfianza del primer impacto.
En la tercera rueda, el cuplé generó un momento único, cuando lo empezó a cantar toda la platea.
Desde el escenario lo vivi llorando, profundamente emocionado.
Fue la confirmación de la importancia de la creación de un clima para alcanzar un alto grado de empatía con los espectadores.
(*) El cuplé conocido como “El loco más viejo del manicomio” o “El feliz cumpleaños”, como se lo conoció en la jerga carnavalera, cerró la propuesta de A Contramano 2003.
Fue esencialmente escénico, aunuqe los murguistas entonaban el feliz cumpleaños, en medio de cierta tensión generada por la caracterización de personajes tristes y solitarios.
En la construcción de personajes, los murguistas reproducían una serie de ticks y movimientos característicos de los pacientes medicados con haloperidol y otros fármacos similares para el tratamiento de los trastornos mentales.
Además del paralelismo entre la locura y el Uruguay de la crisis del 2002, el pasaje admitía otra singular lectura: una dura crítica al modo de cuidado de la salud mental en las instituciones y sus técnicas reaccionarias.