Por Facundo de León
Foto: Agostina Vilardo
Parece sumamente complicado trasladar la cotidianeidad diaria y rutinaria de las situaciones más tangibles de la vida a un evento artístico. Cayó la Cabra lo hace de manera estupenda. Año tras año, establece parámetros para crear sus espectáculos que derivan de los lugares más terrenales que comprenden nuestras vidas.
Este tipo de creaciones mantiene un enorme feedback con el público. Es decir, hay una retroalimentación constante entre los/as espectadores/as y los/as artistas. El auditorio visualiza un lugar en lo que narra el conjunto que lo seduce, lo predispone y se fundamenta en la identificación permanente que siente cuando la murga describe con precisión situaciones que son comunes a cualquier ser humano. Esto es un logro para una murga como Cayó la Cabra, que fundamenta gran parte de sus espectáculos en el humor y la carcajada.
Los conjuntos que proceden del Encuentro de Murga Joven han traído al carnaval esta nueva forma de concebir el género. Atacan a lugares donde el centro sea el ser humano ya sea para criticar, reflexionar o buscar la risa.
Ha sido una constante oír –principalmente en personas de generaciones adultas- que estas murgas carecen del pilar esencial del género como es la férrea crítica sobre la realidad política del país o la región. Discrepo. Centrándome en Cayó la Cabra, creo que encontró una conexión exquisita entre el humor y la manifestación política que se concreta claramente en los temas que eligen tratar. El sexo, los hábitos saludables o no, la amistad, las parejas, etc., son espacios políticos donde las personas negociamos y discutimos constantemente.
En paralelo y cada vez con mayor frecuencia los espacios «formales» de discusión política entendiendo por estos a la academia, el parlamento y algunos espacios dentro de los convencionales medios de comunicación profundizan sus tertulias sobre dichos temas que derivan de una exigencia social instalada y de una demanda importante de politizar sobre cuestiones que por siglos estuvieron resguardadas a paradigmas e instituciones conservadoras.
Creo también que hay un adicional imbricado en estos espectáculos que influye fuertemente en los tópicos a tratar año tras a año, como es el corte generacional de los/as componentes.
Agregado a esto, hay una forma empática y sensible de manifestar su postura ideológica, que también está emparentada a la juventud del colectivo.
Sin resquebrajarse jamás en su convicción política ni en la firmeza de sus ideales, la murga siempre apela a dejar mensajes donde pondera la tolerancia, el diálogo y el cuestionamiento a las certezas y verdades absolutas.
«El club de los malos modales» –nombre del espectáculo 2019– ataca un poco eso. Combate ese marco normativo implícito que limita y moldea la vida de todos/as bajo ideales de conducta y de comportamiento inculcados desde la niñez que deben ajustarse al momento y el espacio donde estamos situados.
Apunta a esa famosa dualidad establecida entre el ser y el deber ser, donde los pensamientos y el ímpetu de paralelizar las acciones que usualmente realizamos se reduce velozmente ante la especulación del “qué dirán” y la represión mental individual es inmediata.
La murga describe la excitación derivada de la imaginación que sentimos cuando conjeturamos sobre universos paralelos a los existentes, ya sea porque parten del feroz desconocimiento sobre tal cuestión o de la comparación antagónica que se antepone a la realidad.
Los espectáculos de Las Cabras siempre poseen una fundamentación excelente. Esa multiplicidad de temas que eligen para crear tiene una complejidad enorme para trabajarlos. Por ejemplo, el sexo, es uno de los pilares que argumenta uno de los bloques más largos de la obra y es admirable y a destacar la capacidad en el equipo creativo del conjunto de conseguir el humor sin recaer en la sencillez del chiste fácil.
A mi entender, esto enriquece claramente todo el texto porque escapa a las vertientes simplistas que a veces, y en temas como estos, muchos/as humoristas suelen caer.
Una vez más Cayó la Cabra consigue una integralidad conceptual en su espectáculo que merece ser destacada. Desde la óptica más amplia en la que se puede observar un espectáculo hasta la más minimalista se percibe una globalidad formidable en todos los ámbitos que lo pueden describir.