Por Facundo de León
Foto: Diego Andrés Martínez
La Mojigata me persigue y no es broma.
Es sabido que dicho conjunto se caracteriza por tener una lógica discursiva donde, con precisión, creatividad y mucha ironía, se emiten un sinfín de conceptos a lo largo de sus espectáculos, que sitúan al espectador en un lugar disfrutable, pero, a veces, incómodo. Cuando observo un espectáculo de esta murga me predispongo en un estado de absoluta desconfianza, incertidumbre y especulación.
Desde la presentación, hasta la bajada, estoy sumergido en un mar de presiones, intentando dilucidar si lo que canta la murga pude comprenderlo de la manera correcta.
Es más, creo que hay veces que especulo intentando encontrar la analogía correcta y la murga no quiso decir más que lo que dijo en sentido literal.
No es mi culpa, sino la de ellos y ellas. Manejan de manera tan perfecta la utilización del absurdo y de lo irónico durante sus espectáculos que percibo que todo tiene un significado diferente a lo que en el momento entendí.
Desde la óptica carnavalera, se la etiquetado como un conjunto que piensa espectáculos que solamente pueden ser entendidos por un determinado público, con un perfil intelectual, capacitados para entender la criticidad y reflexión que sus textos plantean.
Lo más complejo de esta opinión simplista que se construyó a su alrededor es que se volvió bastante universal y, cuando algo adquiere tal particularidad, es cuestión de tiempo para que se exprese en tonalidad de lugar común.
A mi entender, este conjunto exige a los/as espectadores/as. Y exige mucho.
Dicha exigencia es, como dije anteriormente, la que incomoda.
Pero es una incomodidad cómoda porque obliga a estar pendiente, a encontrar la imagen en la realidad que la murga expresó bajo una ironía maravillosa y, en esa búsqueda, admite que nos contradigamos en innumerables oportunidades.
Es una exigencia que seduce y enamora, sometiendo a el/la espectador/a a repetir la función infinidad de veces sabiendo que posiblemente en cada oportunidad aparezca un nuevo detalle artístico.
Es una exigencia que se aparta del mero entretenimiento funcional al cual a veces se sumerge el carnaval.
Es real que los espectáculos del conjunto no son los más redituables a nivel del concurso ya que la parafernalia que lo rodea -sumado al conservadurismo ancestral que define al género- aún no admite tales porcentajes de ambición.
Justamente esto último es lo que enriquece a La Mojigata.
Fiel a su estilo, y a su forma de concebir el género murguero, el colectivo nunca ha traicionado sus principios y se predispone a pagar los costos que el concurso obliga a pagar.
Parte del público valora ese camino paralelo que el conjunto ha trazado desde su existencia a los requerimientos impuestos, en cambio, otra parte del público -y haciendo honor a la verborragia existente en carnaval, donde no da lugar a otra postura que las visiones centrifugas- lo desprecian.
Hay gente que no comulga con las formas de la murga y es válido.
Puede ser que este conjunto no colme las pretensiones del auditorio que anhela que el discurso sea emitido desde una perspectiva explicita y literal donde el análisis sobre el mismo no adjunte otra posibilidad que las vías de la unilateralidad, el consenso colectivo y el comprendimiento global y sencillo de entender lo que quiso expresar el grupo en una única presentación.
Como espectador me aburre ese lugar.
Sin lugar a dudas prefiero que enriquezcan la discusión, que se alejen de la demanda discursiva que exige la sociedad – por no decir demagogia- que invite a pensar, que dejen secuelas y múltiples aristas que convoquen a una gestación discursiva a partir de las diferencias.
Anhelo que La Mojigata del futuro siga en esta vía de creación artística y con el paso del tiempo nunca se tenga que abrazar con La mojigata del presente y del pasado en ese: “Taller para la convivencia entre compatriotas que piensan distinto” que proponen en uno de los bloques de su espectáculo 2019.