Por Guzmán Ramos
Jorge «Cocina» Márquez, histórico director murguero, falleció imprevistamente en Montevideo, informaron a Calle Febrero sus allegados.
«Cocina» -en realidad «Cocinita», ya que «Cocina» apodaban a su hermano Juan José- fue uno de los principales arregladores corales de la categoría, aunque también estuvo al frente del coro de los parodistas Los Gaby´s y Los Kompi´s, solo como arreglador.
Debutó en La Clásica en 1972.
Posteriormente pasó por Los Patos Cabreros, La Milonga Nacional (la murga de la que se declaró hincha), La Gran Farola, Asaltantes con Patente, Los Pierrot´s, Línea Maginot, Don Timoteo, Saltimbanquis, Alrequines, Colombina Che, Momolandia, La Soñada, Araca la Cana y Los Diablos Verdes, según el archivo de Calle Febrero.
Impuso un estilo único en los coros de los años ochenta, caracterizado por la musicalidad avasallante, las tonalidades altas en la ejecución de las voces y, fundamentalmente, la incorporación de nuevos ritmos más acelerados, como la plena y otros de influencia tropical que, contrariamente a lo que se cree, no eran masivamente utilizados por las murgas de La Unión, que hasta entonces tenían una base más melódica.
De ese estilo de murgas -las de La Unión- Cocina se transformó en su mayor referente.
Su debut como director escénico fue en Los Pierrot´s, en 1982, año en el que dicha murga participó al único desempate en el Concurso Oficial, perdiendo el primer premio a manos de La Milonga Nacional.
Anteriormente, en murgas, había participado en la batería.
El artista ganó el primer premio del carnaval en 1986 con Don Timoteo, en 1990 con Saltimbanquis y estuvo en los tres primeros premios consecutivos de Los Arlequines: 1993, 1994 y 1995. En 1979 ganó el primero premio con los humoristas Los Joker´s.
En parodistas actuó en Los Sandros y también estuvo en el grupo Excéntricos Musicales, que en las primeras décadas del siglo 20 había participado como murga, pero que en los años setenta participó fuera del concurso.
Durante 12 años participó en El Show del Mediodía, de Canal 12, junto a Cacho de La Cruz.
Jorge, además de hermano de Juan José «Cocina» Márquez, uno de los máximos referentes de Los Patos Cabreros, era tío de Maximiliano Orta, líder de La Trasnochada.
A continuación, repasamos algunas anécdotas relatadas por Jorce «Cocina» Márquez al libro «Cien Veces Murga», autoría de Guzmán Ramos y Fabián Cardozo.
JULIO CANÉ Y LA BÚSQUEDA DEL ÑANDÚ
Julio Cané fue una de las voces más importantes de nuestro carnaval (figura central de La Milonga Nacional de 1978 a 1983,
con la dirección responsable de Dalton Rosas Riolfo y los textos de Carlos Modernell, hasta que en 1984 pasó a Saltimbanquis,
donde también fue una voz privilegiada).
Era un bohemio profesional, que vivía de cantar un poco acá y un poco allá y al que le gustaba tomarse sus copitas.
Como los años ochenta fueron el esplendor de Saltimbanquis era bastante común que, dos noches antes de ir al Teatro de Verano, Cané ya tuviera un ojo encima de todos los murguistas para que no se relajara, ya que todo el carnaval sabía que la murga iba a definir el primer premio.
También era bastante usual que Cachete [Enrique Espert, el director responsable del grupo] llevara a los murguistas a su stud
en una especie de concentración.
Se compartían unos mates y bebida en la tarde anterior, secantaba, después se hacía un asado y al otro día la gente ya estaba
lista para ir al Teatro de Verano.
En el stud, los Espert tenían un ñandú –ponele que se llamaba Pedrito– al que toda la familia adoraba.
El bicho ya tenía sus años, pero seguía siendo la atracción, porque se la pasaba corriendo de acá para allá todo el día; era un
personaje.
Sin embargo, en la mañana del día que íbamos al teatro, el ñandú no apareció.
Al principio los murguistas no lo notaron, pero con el paso de las horas se hizo evidente que el animal no estaba.
El que tampoco aparecía era Cané, pero eso era más normal dada su bohemia…
Cuando todos asumieron que Pedrito no estaba, los muchachos salieron a buscarlo por todos lados, inclusive en la barbacoa, que era el lugar más inverosímil para encontrar un ñandú.
Y efectivamente ahí estaba Pedrito, pero en la parrilla.
¡Cané lo había hechos a las brasas!
MICRÓFONOS Y BOMBITAS
Jorge Cocina Márquez
Con Juan José Chiche Pereira compartimos algunos carnavales.
Era una persona muy tranquila, pero en cierto momento del espectáculo tomaba un poco de protagonismo, porque era
costumbre de las murgas de antes que un componente agarrara el micrófono previo a la despedida para nombrar a los integrantes, agradecer a los auspiciantes y dedicar la actuación, algo que hoy ya casi no se usa, porque las propuestas tienen otro ritmo y otra forma de armarse.
Chiche tenía una característica única: veía demasiado poco.
Para peor, en el tablado habían puesto unas bombitas por encima de la línea de micrófonos, en un intento bastante fallido
de decoración.
No sé bien qué era lo que había pasado, pero ese día la línea de la que colgaban las bombitas estaba más baja de lo habitual y
las lamparitas apagadas y frías.
Terminamos de hacer el cuplé y se dio lo natural: el hombre salió a los micrófonos, pero su corta visión lo hizo manotear una
bombita.
Nosotros vimos toda la escena y no le dijimos nada, aunque algunos compañeros comenzaron a mirarse y largar una carcajada
silenciosa, porque era absurdo que le hablara a la bombita y no se diera cuenta.
Como era de esperar, por los parlantes no salía nada, así que empezó a hablar más fuerte, gesticular y quejarse a los responsa-
bles del audio, que tampoco podían creer lo que veían.
El colmo fue cuando quiso cambiar de micrófono y se corrió hacia un costado.
Fue de locos: ¡otra vez agarró otra bombita!
En un momento dejó de tocar la batería y el clima se cortaba
solo: por un lado estaban las risas de los que entendíamos lo que pasaba y por otro la carcajada la gente del tablado, que creía que se trataba de algo premeditado.
Pero lo real es que hasta el día de hoy el hombre debe estar convencido de que fallaron los micrófonos.
TUCO CON PALOMAS
Jorge Cocina Márquez
Las murgas de antes tenían esa picardía extraña de los viejos murguistas, que hacían cosas graciosas, aunque a veces llevadas al extremo generaban cierta picazón, que no llegaba a ser molestia ni enojo, porque todos entendíamos el ambiente.
En 1987 salí en Don Timoteo con un personaje muy gracioso, al que le gustaba alardear que criaba gallinas.
Estuvo todo el carnaval diciendo que iba a invitar a comer un tuco a su casa.
Pero pasaban los días y la invitación no llegaba, por lo que le hicimos saber que estaba pendiente ese almuerzo.
Allá a las cansadas, cuando fuimos a comer el tuco a su casa, notamos algo extraño: en vez de gallinas, era evidente que estaba
hecho con palomas.
Al año siguiente, la anécdota se repite, pero esta vez con otros personajes.
Ensayábamos en el Club Huracán Buceo, que tenía una especie de claraboya o ventanal, a la que el cantinero iba con fre-
cuencia.
Nosotros ensayábamos y hacíamos la nuestra con la murga, pero empezamos a notar que las idas al techo eran cada vez más
frecuente, hasta que lo descubrimos. No me acuerdo cómo anduvo el plantel de Huracán Buceo
esa temporada, pero sí tengo bien claro cuál era la carne de los tucos: otra vez palomas.