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Rafael Antognazza: «La murga es energía, barrio, crítica, queja, risa, mecha cortita y poesía»

El gusto por el rock and roll lo une con el estilo que desarrollan las nuevas generaciones, aunque sus inicios en la murga estuvieron estrechamente vinculados a los personajes de la vieja guardia, a quienes admira profundamente, por haber sazonado el género por más de cien años con texturas y colores que perduran hasta hoy.
Su vida artística estuvo marcada por la puja entre pasado y futuro, tradición e innovación, dos fuerzas opuestas que lo llevaron a ser ícono de Antimurga BCG y su estética rupturista aunque el paso del tiempo lo puso al frente de los Patos Cabreros, con los que revive y reformula el estilo tradicional.

Por Fabio Da Silva
(Publicado en Revista Cuplé)
Foto: Jimena del Río Ocampo

-¿Dónde comienzan tus primeros recuerdos de carnaval?
-Con Mary da Cunha, en Los Diablos Verdes. Fue algo que de chico me impactó y me marcó, ya que ella salía en la despedida a hacer un tema operístico que me mató. Aparte, estaban con esos trajes de diablos verdes que impresionaban. También recuerdo otro día en el que fuimos con un amigo al tablado de la Terminal Goes a ver parodistas y nos encontramos con Los Saltimbanquis haciendo el cuplé del Colchón (1980), todos vestidos de payasos. Me paré a aplaudir y dije: “la puta madre, qué espectáculo acabo de ver”.

-¿A partir de ahí fue que comenzaste a soñar con subirte a las tablas?
-Yo siempre fui un botija muy musical: cantaba mucho y sabía que en algún lado iba a caer. Aparte,en aquellos años, en Aebu-donde mi viejo fue dirigente toda la vida-se estaban armando talleres, y eso influyó mucho, porque mi vieja falleció cuando yo tenía 13 años, y ese lugar pasó a ser el ámbito donde me crie. En ese marco de los talleres nació la Antimurga BCG y había una movida muy grande de murgas, porque venían profesionales a dar una mano.
Por aquellos años, a principios de los ochenta, yo ya hacía algún arreglo y hasta dirigía la murguita. Tengo el recuerdo del cuplé de Galtieri y Margaret Tatcher, donde yo hacía de la doña y entraba con la canción de menudo que decía “súbete a mi moto”…

– Me imagino que los murguistas profesionales que iban a dar talleres te habrán marcado…
Por supuesto. Una vez vino el Canario Luna y al escucharme me sugirió que fuera a probarme a una murga. Pero, por algún motivo, yo entendí que fuera a probarme a la Falta.

– No me digas que arrancaste de careta a probarte con tarjeta de presentación errada…
– Sí (risas). La Falta, en aquel momento, era en mi universo el equivalente a Los Beatles. En aquellos años, para los gurises como yo, las nuevas murgas eran algo impactante. Aparte, mi familia siempre fue muy politizada y era muy intenso el vínculo que teníamos con el género. Entonces, arranqué para el club Fénix a probarme. Hoy, mirando hacia atrás, pienso que fue uno de los días más importantes de mi vida, porque esa decisión de salir para el ensayo tiene un efecto que dura hasta estos días.

– ¿Qué pasó cuando llegaste?
– Nada, no llegué a acercarme a la murga por la cantidad de gente que había. En una veo al Canario y lo saludo, pero desde luego ni se acordaba ni quien era yo. Sin embargo, en algún momento le vino como mi imagen a la cabeza, entonces me miró y me dijo que ahí estaba en el horno, porque no había cupo, pero que a pocas cuadras estaban probando gente para La Bohemia. Y bueno, arranqué caminando. Eran épocas muy difíciles y no tenía ni para el boleto.

– ¿Dieron sus frutos el esfuerzo y el sacrificio de la caminata desde el ensayo de la Falta al de La Bohemia?
– Si… Se dio también que conocía al director de la murga, el “Diente” Víctor Giordano, que dirigió un año solo a La Bohemia. También estaba el “Peladito” Ángel Díaz, o sea que algún contacto tenía. Cuando llegué, miré las cuerdas y vi que había muchos primos y pocos segundos, y como yo andaba bien de oído me paré en esa, quedé y salí de titular en el año 1984.
Y así comenzó la historia. Tuve la posibilidad de salir con varios de los fenómenos que veía en carnaval y la verdad que me generaban mucho respeto.

– ¿Siempre fuiste de admirar a las viejas figuras?
– Sí, siempre fui así. Yo era un adolescente en la época en la que el mundo de la murga respetaba mucho a los veteranos. Además, los mayores te hacían sentir y te enseñaban a respetar. No te olvides que eran otros tiempos y no había tanta información; era todo en base a cuentos sobre las generaciones pasadas, aunque muchas veces esas historias estaban un poco exageradas. Los veteranos te decían: “mirá que aquel salió en tal conjunto o hizo un solo tal año”, con la finalidad de darle un lugar importante a los que tenían más experiencia. También los veteranos te apadrinaban, como uno hace ahora con los gurises. Te pasaban piques y enseñanzas; hacían verdadera docencia.

– ¿Sos de hacer docencia con los más jóvenes?
– Conducir una banda de gente y hacer docencia son calles paralelas. La docencia es una parte muy importante de mi vida y lo tomo con la seriedad y el amor que se merece la tarea. Y más en una actividad tan importante para mí como la murga, que es mi vida.

– ¿Qué significa la murga en tu vida?
– Es un espacio energético, donde la música es el gran componente, y donde el contenido de esa musicalidad barrial y popular es el sentir del hombre común. El sentir del hombre común es el café, la crítica, la queja, la risa, la mecha cortita y la poesía. En esencia, es eso, por más que hoy quizás no sea el hombre común quien se pinta la cara.

– ¿Cómo es eso de que el hombre común no es hoy quien se pinta la cara?
– Cuando empecé a salir en carnaval, los próceres de la murga eran los próceres de la murga y pertenecían únicamente a ese mundo. Ahora hay murguistas que han trascendido las líneas del carnaval y habemos otros que no, y está todo bien. Hay murguistas que han salido y ya no son murguistas, son otra cosa, por algo tampoco vuelven o les cuesta mucho volver al carnaval.

– ¿Cómo fue tu pasaje por Antimurga BCG?
-En realidad, por los talleres en Aebu, yo siempre estuve un poco adentro de la murga y lo que único que faltaba era que me invitaran a salir. Lo estaba esperando, porque me encantaba lo que proponían. Me encantaba la forma de hacer reír y la estética transgresora. Yo tengo, por formación, esa sensibilidad media rockerita, y la BCGera como el lugar ideal, porque yo sentía que tenía un rock and roll especial.

– En su momento se la criticó mucho porque se decía que no era una murga y que le faltaba el respeto a la esencia murguera.
– Se la criticó demasiado, pero sin conocimiento. Primero, porque el sueño más grande de (Jorge) Esmoris era ser como Pepino. Lo admiraba profundamente, así como a todos los murgueros. El tema fue que se buscó romper un poco los esquemas y las estructuras para hacer algo diferente, para refrescar el género.

– Pero la BCG tenía mucho de esa esencia primitiva, con vestuarios con ese estilo y con instrumentos de viento.
– Exactamente. El propio Tito Pastrana un día nos dijo: “no se hagan los innovadores que lo que hacen ustedes ya se lo vi hacer a Asaltantes con Patente, Los Patos Cabreros y un montón de murgas más.

-En esas etapas iniciales poder hablar con Pastrana debe haber sido de mucho valor…
-¡Pero claro! Estábamos hablando con un prócer. Fue uno de los tipos fundamentales en algo que para mí está subestimado por los eruditos de carnaval: la oralidad.  El carnaval se sostuvo hasta hace poco con la oralidad. Hay que atesorarlo, porque esos viejos murgueros fueron pasando la historia de boca en boca, o a través de anécdotas y experiencias. Y la murga es eso: noche, tabaco, escabio, son las servilletas de papel y lápices prestados del cantinero. Ahí está la verdadera historia…

– Con esa admiración que transmitís por la historia, ¿qué sentís al estar con Los Patos Cabreros en el mismo lugar que ocupó Pepino durante casi cinco décadas?
– La verdades que trato de no pensarlo demasiado, porque siento que es una cosa muy grande. Lo digo con total sinceridad: ojalá sea digno. Estoy haciendo todo lo posible para ser digno de tal honor. A mí me mueve el tratar de estar a la altura, porque es mucha la responsabilidad.

– Además, es una murga con gran historia…
– Estas cosas te generan la responsabilidad de saber que estás dirigiendo la murga de un personaje que es un mito, y eso no es cualquier cosa. Pepino era un tipo intuitivo y eso lo hizo tan admirable. Se ha dado que mucha gente me ha venido a hablar del tema. Gente que lo recuerda o que tuvo la posibilidad de verlo. Yo, lamentablemente, no llegué a verlo, pero mi viejo siempre me contaba una anécdota en un desfile: él estaba en Paraguay y 18 de Julio, en el balcón del Palacio de la Música y en un momento sintió desde arriba como una energía especial que lo envolvía. Entonces, se asomó y vio que estaba llegando Pepino. Es salado que te digan eso. Por algo cuentan que cuando Pepino entraba a 18 de Julio, los edificios temblaban. Para mí Los Patos Cabreros es una de las murgas que mejor cantó a lo largo en la historia, en lo que hoy se llama cantar de verdad. Yo he escuchado grabaciones viejas de los Patos, y las notas están en su lugar. Y la tímbrica y el estilo son únicos…
Esos murgueros te dejaron la mesa servida. Sin pensarlo, nos enseñaron el camino. Por eso si soy digno, ya está; misión cumplida.

– Hablaste de la admiración hacia la intuición de Pepino, ¿qué significa eso?
– La murga, pero en sí la música popular, tiene un vínculo muy estrecho con lo intuitivo. El rock and roll, que es la primera gran música popular global, no hubiese existido si los negros que hacían blues no hubiesen afinado las guitarras como a ellos les parecía. En la murga, particularmente, siempre se manejó la intuición. No te olvides que la guitarra llega a la murga hace poco tiempo, relativamente. La murga tiene más de cien años y la guitarra apareció a mediados de los ochenta y se impone recién en los noventa. Entonces, la intuición fue todo en la murga. Vos escuchas cantar a Julio Pérez y decís: “este tipo nació para eso”. Antes no había una escuela, era todo en base a ver, escuchar e intuir.

– Si te dieran la oportunidad de volver en el tiempo y caer en los años 40, ¿qué harías?
– Lo primero sería hacer una recorrida por los tablados; iría a ver todas las murgas que pudiera. Todas, pero todas. Trataría de buscar respuestas, por más que algunas me las imagino. No te olvides que tuve la suerte de salir en los 80, durante dos años, con la vieja escuela, cuando se dirigía de oído. Y esa forma de dirigir llegó hasta esa época, hasta que la guitarra le cambia el sonido a las murgas, porque ordena las notas. Pero la murga se construyó en el mundo de la intuición y del más o menos, en su forma de arreglar. Por eso me gustaría verlo y estar en esos momentos, porque ahí se produce el vínculo con el arte en la forma más primitiva y más pura. Ahí están hombre y el arte. El primer instrumento musical que existió fue la voz humana. Todo se manejaba a través de la voz. Yo tuve la suerte de aprender el oficio con dos fenómenos: uno, el “Peladito” Díaz, mi maestro, con el que aprendí a arreglar de oído y otro fue Esmoris, con quien aprendí a entender lo que es el arte.

-¿Y a principios de los novecientos también te gustaría viajar?
-Sí, claro. Me parece una época muy misteriosa. Cuando vi la foto de Amantes al Engrudo del 17 en la Momoagenda me voló la cabeza, porque me imaginé esa época. Para mí los tipos se tomaban una y arrancaban. Y eso siempre fue y será carnaval. No te olvides que es una fiesta dionisíaca y Dionisos no es el dios del trigo, ni de la música; es el dios del escabio.
Cuando doy los talleres y les hago escuchar a los gurises el tema Uruguayos Campeones por Los Patos Cabreros, y en el medio está la voz de Pepino, les pregunto: ¿qué escuchan?, ¿qué huelen?, porque la suya es una voz con textura y con olor. En esa voz se huele cantina, grapa y cigarro negro. Yo escucho y veo noche, noche y más noche. Veo clubes, conversa, truco y cigarrillos. Veo hombres, veo masculino. Escuchar Los Patos Cabreros es testosterona.

-Por lo que me decís, para vos la murga es de hombres. ¿Pensás que las mujeres no encajan en una murga?
-No, para nada. No me alineo con esa idea. Si hay mujeres, hay mujeres y si no hay mujeres, no hay mujeres. Me ha pasado de charlar con murguistas encumbrados -a los que admiro- que tenían su teoría sobre por qué no aceptar mujeres en la murga. Siempre los escuché pero no me fui para ese lado. Aparte, después los vi salir con mujeres y los miré de lejos como diciendo, ¿qué pasó con tanta teoría? Para mí la murga es murga.

– Hablás y te manejás con mucha pasión y seguridad en todo lo referente a la murga. ¿En tu vida personal sos de la misma manera?
– No. Soy un tipo bastante inseguro. Pero sucede que no puedo mostrarlo. Igual, mi inseguridad es un motor para tratar de ser mejor en lo que hago. Principalmente, en mi trabajo, que es ser director de murga. Pero no es una inseguridad que me atormente o me bloquee, sino que me da exigencia. A veces la inseguridad denota debilidad y te podes llegar a mostrar vulnerable. Y el ambiente de una murga no es el mejor para hacerse el tierno y decir: “hay, soy vulnerable”. Si mostrás eso, te caminan. Convengamos que los murguistas son unos hijos de puta del primero al último (risas)…

– ¿Hasta cuándo tenemos Rafa Antognazza sobre los escenarios?
–  Buena pregunta. Sé que estoy más cerca del último que del primer tablado, eso lo tengo clarísimo. El retiro no tiene nada que ver con mi amor por el oficio de murguista y director: tiene que ver quizás con otras cosas como, por ejemplo, poder tener un enero con mi familia. Tengo un hijo de 4 años, una hija de 13 y otro de 29 y me gustaría estar con ellos. Creo que cuando el mundo de la familia, los vínculos y los afectos comienza a hacer fuerza, te llevan a pensar en otras cosas.

– ¿Te hace sentir un poco egoísta?
– No sé si la palabra es esa. Porque para Renzo, mi hijo más chico, cuando el papá va a trabajar significa que va al ensayo de la murga y eso me parece divino. Si habrán cambiado las épocas que hoy puedo decir que vivo de esto hace varios años. Entonces, no es un tema de egoísmos sino de necesidades personales. En realidad soy egoísta con la murga, no con mi familia. Tengo ganas de estar en una playa haciendo castillitos con mis hijos. Igual no escucho “Adiós Juventud” muy seguido (risas). Yo amo carnaval. Me encanta y me queda muy bien. Ni grande, ni chico. El carnaval me queda a la medida.