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A 46 años del golpe, Calle Febrero recuerda diez historias de un carnaval en dictadura: cárcel, censura, persecusión, desaparecidos, resistencia, ingenio y esperanza

A 46 años del golpe de Estado perpetrado por los militares en contra del pueblo uruguayo, Calle Febrero recuerda diez relatos murgueros que marcaron una época: cárcel, autoritarismo, persecusión en las calles, censura, desaparecidos y el ingenio popular desplegado al máximo para resistir. Las historias forman parte del trabajo realizado por los periodistas Guzmán Ramos y Fabián Cardozo, denominado «Cien Veces Murga», publicado en 2018.

EL MIEDO
José María Catusa Silva Codirector responsable, director escénico y letrista histórico de Araca la Cana.
No creo en los valientes ni en los que tiran tiros: creo en la superación del miedo. Tuve miedo en la dictadura, además más de veinte allanamientos e interrogatorios. El 27 de junio de 1973 se disolvieron las instituciones, aunque el golpe fue mucho antes. “¿Qué escribo?”, me pregunté de camino al carnaval de 1974, donde ya estaba instalada la Comisión de Control, con más de 21 censurantes de todos los ministerios, a la que, además, habían puesto psicólogos, ya que los militares no entendían el lunfardo. Ese año hicimos “La Historia Patria”, porque era una forma de hablar de la lucha y las libertades, narrando la revolución artiguista y el Éxodo del pueblo oriental. Eran épocas donde los tablados parecían teatros y era nuestra obligación transmitir el mensaje; había que estar firmes políticamente.
Incluso, prohibida la palabra, usábamos el cuerpo para dar alguna señal. Fui con él [codirector de Araca la Cana], el Viejo Paraguayo [López] a la sede de la calle Juncal a recibir el veredicto de la censura. Me mandaron llamar y me entregaron el texto con un voto de felicitación. Habíamos sido juzgados por un coronel artiguista, al que dicho fallo le valió un arresto de 30 días a rigor y el retiro de su jubilación.
* * *
El coronel Aguiar y sus secuaces, integrantes de la Comisión de Censura, te enloquecían con sus preguntas. Tenían una estrategia en la cual hablaba uno y, de repente, aparecía otro militar desde la otra punta de la mesa. En el carnaval de 1975 fuimos censurados y debimos escribir todo de nuevo. A La Soberana, directamente, la prohibieron, porque hacía la historia de un pueblo chino luchando contra el imperio. Nosotros, en tanto, hacíamos la historia de Kung Fu peleando contra el Imperio Romano y nos acusaban de estar de acuerdo, algo que negué. “Yo con Pepe Veneno [director de La Soberana] fui a la escuela, pero en carnaval somos competidores”, les dije. “Señor, ¿qué va a hacer?”, me preguntaron al momento de censurarnos. “Voy a escribir de nuevo”, respondí y partimos al apartamento de un amigo, donde el Paraguayo escribió a máquina las 21 copias del nuevo texto, usando carbónicos. “Yo sé lo que ustedes quieren, pero jamás lo voy a escribir”, les dije.

Fragmento del texto de “La Historia Patria” de Araca la Cana 1974, escrito por José María Catusa Silva
«Marcharon los negros libres pisando la tempestad el indio bronce y tacuara gritando su libertad».

EL NACIMIENTO DE FALTA Y RESTO: ENTRE UN WHISKY, UN CAFÉ CON AZÚCAR Y UNA PALABRA SOSPECHOSA
Hugo Piruja Brocos – Codirector responsable y componente histórico de Falta y Resto.

«El nacimiento de Falta y Resto –para el carnaval 1981– fue posible gracias a la convergencia de un grupo de personas que proveníamos de distintos ámbitos, pero con una misma motivación: realizar acciones para voltear a los milicos. Los primeros encuentros se dieron antes de la mitad de 1980, muy solapadamente y en voz baja, aunque con el empuje de la militancia en contra del plebiscito (*). Por ese entonces, yo era el encargado de Programa de la División Juveniles en la Asociación Cristiana de Jóvenes, una función en la que organizaba campeonatos, campamentos y todo tipo actividades para la gurisada, en un clima de bastante politización, porque esa institución era un ámbito de fuerte resistencia social y cultural. El núcleo duro fundacional lo integramos junto a Raúl Castro, su cuñado de ese entonces, Jorge [Choncho] Lazaroff y Carlos Viana. A los dos primeros no los conocía, aunque ellos traían consigo una destacada actividad.
A Carlitos, sí, porque dirigía en la Asociación un grupo llamado Café Teatro, que reunía bastante gente y era muy importante en la lucha. Un día Carlos me dice que quería presentarme a Raúl Castro, a lo que accedí. Nos citamos en el Lindo Bar, en Rondeau y Colonia, al lado del Teatro Circular, un día frío y muy brumoso, por lo que andábamos abrigados hasta el cuello, todos tapados, como si estuviéramos escondidos, clandestinos. Llegué un poco más temprano de la hora concretada y me pedí un whisky en solitario. A los pocos minutos llegó Raúl, me dio la mano –no un beso, porque en esa época no se usaba– se sentó, pidió un café y mientras le echaba azúcar y revolvía con la cucharita me miró a los ojos y dijo sin anestesia: “Yo quiero sacar una murga que cante contra la dictadura”. Ahí mismo se hizo un silencio de unos cuantos segundos. Lo miré y no respondí nada, pero dije para adentro: “Andate a la puta que te parió, sos un milico”. ¡Pensé que el Raúl era un tira de Inteligencia al que habían mandado para buscarme la boca! Lo creí porque en esa época nadie usaba la palabra dictadura y mucho menos en público donde, si mirabas torcido a un cana por la calle, marchabas, eras sospechoso. A lo sumo se decía gobierno de facto, pero dictadura no estaba en el vocabulario. A todo esto, Raúl seguía hablando pero yo me mantuve en el molde, callado, hasta que vi entrar a Carlos Viana por la puerta. Recién cuando Carlos y Raúl se saludaron me aflojé un poco, tomé aire y me di cuenta de que la cosa iba en serio. “Ahora sí vamos a empezar a hablar” fue la frase con la que rompí el hielo…»

(*) El plebiscito de 1980 fue una consulta popular convocada por la dictadura militar uruguaya (1973-1985), que fue rechazada por el 57% de la ciudadanía el 30 de noviembre de ese año.
El resultado marcó un punto de inflexión y precipitó la apertura democrática, porque el rotundo pronunciamiento popular impidió al gobierno su legitimación. La propuesta de los militares consistía en el mantenimiento del control del país a través una nueva institucionalidad acorde a sus intereses. Mantenía las proscripciones y la continuidad de la supresión de derechos políticos para varios ciudadanos, así como para el conjunto de la izquierda. Permitía elecciones internas al año siguiente y generales en 1986, con un único candidato a presidente, previamente acordado entre los partidos habilitados. Así, se ofrecía una salida democrática, aunque fuertemente tutelada. La campaña por el Sí, promovida por el gobierno y sectores conservadores de los partidos tradicionales fue abrumadora. El No, por su parte, fue apoyado por los sectores liberales y progresistas de los partidos tradicionales y el conjunto de la izquierda.

VERSOS EN HOJILLAS
Douglas Alanís Murguista de La Soberana. Artista plástico. Sobrino de José Pepe Veneno Alanís.
Los milicos se la tenían jurada a Pepe Veneno. Y no era para menos: era el que había sacado la murga con disfraces de guerrilleros, el que hablaba de la clase obrera y el que predicaba permanentemente la revolución. Ni siquiera estando preso dejó de componer. Sacábamos los libretos (escritos para Momolandia) en hojillas de cigarrillos, porque las revisaciones en la cárcel eran bastante duras. Nos asegurábamos de hacerlo en varias tandas porque, si nos descubrían, los versos aislados, dispersos, no querrían decir nada. Sin embargo, cuando los rearmábamos, aparecía todo el sentido político. José Morgade fue quien se jugó la vida firmando aquellos versos…

MARCOS ZóBOLI, EL DENuNCIANTE DE PERIODISTAS EN DICTADuRA
Néstor Pallares Presidente del jurado en 1987, 1988, 1991, 1992 y 1996. Periodista de prensa escrita y de radio
El año 1975 fue muy polémico. Era plena dictadura y a La Bohemia –una murga perteneciente a la corriente de La Teja, de izquierda– se la llevaron presa de un tablado la noche anterior a su actuación en la segunda rueda del concurso, acusándola de hacer una gestualidad provocadora. Era la favorita. El argumento para meterla en cana era una pavada, una excusa, pero sirvió para evitar que ganara el primer premio, que finalmente se lo adjudicó Saltimbanquis, la otra candidata. Para la entrega de premios, que fue al día siguiente del anuncio de los resultados, alguien tuvo la nefasta idea de programarlas juntas, de modo que hubo varios líos en el Teatro de Verano. Yo trabajaba para El Diario de la Noche y esa jornada estaba sentado en la segunda fila de los viejos bancos de madera, detrás del representante del Ministerio de Defensa en la Comisión de Censura (*), Marcos Zóboli, a quien conocía por haber trabajado juntos en el diario La Mañana. En determinado momento, cuando La Bohemia fue a recibir el premio, unas hinchas se acercaron al escenario, gritaron, protestaron y tuvieron un altercado con la esposa de Zóboli. El lío no pasó a mayores, pero a los 20 días me citaron de Inteligencia Policial. Fui a ver qué pasaba y ahí mismo me dijeron que quedaba detenido. Pregunté las razones y me informaron que había una denuncia en mi contra por dirigir e instigar una manifestación de protesta al fallo del jurado en el Collazo, a la que habían dado curso por provenir del Ministerio de Defensa. También denunciaban que mis comentarios en El Diario tenían “un claro tono izquierdista”, algo que en esa época podía derivar en consecuencias verdaderamente graves. Estuve un mes y medio preso, desde mediados de abril hasta finales de mayo y, según me dijeron los propios policías, a punto de pasar a la justicia militar, donde el asunto se hubiera complicado en serio.

(*) La Comisión de Censura era la encargada del férreo control de los repertorios de las agrupaciones de carnaval. Sus fallos eran implacables e inapelables, como la prohibición del repertorio completo de los humoristas Las Ranas a mediados de los años setenta, el mismo día que concursaban en el Teatro de Verano. Con el paso del tiempo los letristas fueron ingeniándose con distintos recursos escénicos y literarios para evadir dichos controles, despertando el celo de dicho organismo, que comenzó a prohibir insólitamente algunos repertorios que no tenían consignas políticas. Por ejemplo, a Julio Julián le censuraron el tema “A una Mano Paloma” (1982), por creer la paloma evocaba la libertad. A Araca la Cana le tacharon una despedida que hablaba de “rojos atardeceres”, creyendo que apelaba a la simbología del Partido Comunista. La Comisión estaba integrada por representantes de varios ministerios, con personal civil y militar. Durante la dictadura (1973-1985), algunos de sus miembros también conformaban el jurado del Concurso Oficial. El control de los repertorios y la censura, con mayor o menor grado de intensidad, han sido una constante en nuestro carnaval, tanto en democracia como en dictadura. Particularmente, esta Comisión de Control creada en la dictadura existió hasta 1990. Fue disuelta tras la llegada del Frente Amplio al gobierno de Montevideo. En la actualidad, el único tamiz de los repertorios de carnaval lo ejerce el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU).

LETRAS DESDE LA CÁRCEL Y UN GRABADOR EN EL ENSAYO
Jorge Velando – Componente y director escénico de La Reina de La Teja, Los Diablos Verdes, Colombina Che, La Timbera y Araca la Cana, entre otras.

«No lo viví, pero sé que existen varias versiones sobre el primer premio de Los Diablos Verdes de 1981 (*): algunos dicen que fue una burda provocación de los militares, dado el obvio vínculo entre la murga y el Partido Comunista del Uruguay (PCU), otros creen que Antonio Iglesias quedó enfurecido cuando se enteró –porque sintió vergüenza de ganar en dictadura– y otros que lo vivió con mucha alegría, en una época donde el pueblo uruguayo estaba fuertemente reprimido. Nunca voy a saber qué pensó Antonio íntimamente, aunque él me contó que, cuando se enteraron del fallo del jurado, en el Penal de Libertad, todos los presos (políticos), incluso los que no eran del Partido, agarraron lo que tenían a mano y comenzaron a golpear durante varias horas los barrotes de las celdas, como si estuvieran entonando un grito de protesta. Ese año la murga estaba muy bien: el punto fuerte era el cuplé “El Milagrero”, que escribió y actuó Walter Upa García. Como eran tiempos de mucha censura, no quedaba otra que arrancar para el lado del humor medio picantón, ya que bajar línea política suponía una tachadura roja a todo el repertorio.
Sin embargo, a Antonio no se le escapaba nada y ese año llegó a escribir cuartetas para el espectáculo. Fueron pocas líneas, pero con un gran significado político, porque llegaban desde la cárcel. Los murguistas lo sabían, por más que nadie tocaba el tema abiertamente, como forma de cuidarlo. Las cuartetas fueron sacadas por Marita, su hija, en hojillas de cigarros camufladas en el medio de la ropa.
* * *
Antes de la dictadura, Antonio ya era un gran referente en el ambiente sindical. A la salida, lo fue aún más: ganó un respeto y prestigio únicos. Sin embargo, los años de cárcel le dejaron secuelas; marcas imborrables que lo acompañaron por el resto de sus días. Por ejemplo, un simple comentario sobre un arreglo del coro que no cerraba le generaba gran preocupación, cuando en realidad se trataba de una cosa simple, de poca importancia, corregible a los diez minutos en el mismo ensayo. Él siempre dejaba trabajar a los técnicos, pero nunca perdía el control de la situación. Un día estábamos probando una música nueva para rematar la despedida y escuchó que la cosa no calzaba bien. Salió corriendo desde la cantina del Sindicato del Vidrio y empezó a decir en voz alta que la sacáramos, que no perdiéramos tiempo en eso. Yo estaba agachado, guitarra en mano, tratando de pasar el arreglo detenidamente. Cuando escuché aquella reacción, me di vuelta y redoblé la apuesta. “Antonio, usted preocúpese de que los trajes estén prontos que yo me encargo de que esta música quede bien”, le dije con el mismo tono alto y desafiante.
Pudo parecer una falta de respeto, pero fue dicho con cariño, buscando un mismo objetivo: que la murga saliera lo mejor posible. Lo cierto es que se ofendió conmigo y estuvo quince días sin aparecer por el ensayo, en el momento en que más necesitábamos su presencia y sostén. Eso sí: mandaba a Marita con un grabador debajo del buzo, para escuchar todas las noches, en la soledad de la madrugada, cómo venía la despedida de su murga.

(*) El Concurso Oficial de 1981 arrojó un empate entre las murgas Los Diablos Verdes, Saltimbanquis y Los Nuevos Saltimbanquis. No existe hasta el momento una única versión sobre la razón de aquel fallo tan polémico, en épocas donde las murgas con marcado perfil opositor eran duramente censuradas. Independientemente de ello, y aunque eran épocas donde los méritos artísticos estaban muchas veces sujetos a las conveniencias políticas de turno, el conjunto de periodistas y referentes que vivieron esa época coincide en reconocer que la murga de Juan Antonio Iglesias era una de las candidatas.

 

TOTA QUINTEROS Y “LA CANCIÓN DE MI HIJA”
Raúl Castro Codirector, letrista y máximo referente de Falta y Resto.
Conocí a la Tota Quinteros (*) a la salida de la dictadura, durante la campaña electoral de 1984, en una de las actividades de la IDI (Izquierda Democrática Independiente), que por esos años era un grupo del ala más radical del Frente Amplio. El denominador común de la militancia era la juventud, por lo que me llamó la atención verla entrar con su bastoncito a cuestas y su paso calmo, que contrastaba con su claridad y fuerza a la hora de participar en la reunión. Pregunté por ella y me dijeron que era la madre de Elena Quinteros (**). ¡Era increíble pero yo, que era un tipo muy politizado, apenas conocía la historia de su desaparición! Y si la conocía, era más por el altercado con Venezuela que por el hecho en sí.
Un día, en otra actividad política, nos pusimos a conversar y entramos en confianza. Me preguntó si la acompañaba a almorzar y ahí, en el bar Saroldi, por 18 de Julio, Tota me contó toda la historia de su hija. El relato de su búsqueda me conmovió y estremeció profundamente. Tragué saliva y le pedí si me dejaba contarla en la despedida de la murga. “No solo te dejo, sino que te pido que lo hagas, porque quiero que la gente se entere realmente de lo que sucedió”, me respondió. Esa misma noche, ni bien llegué a casa, comencé a escribirla. No fue sencillo, porque la desaparición era un concepto que todavía no estaba presente en la cabeza de la gente. Había que ser claros: no era lo mismo hablar de un exiliado o un preso político que de una persona secuestrada y asesinada. Y en este caso, además, existía una línea muy fina, porque algunos ya asumían que los desaparecidos no aparecerían nunca. Al poco tiempo empezamos los ensayos para el carnaval 1985, en el Fénix. Ese año los cuplés no estaban tan bien, pero la despedida quedó hermosa y la cantábamos con ganas. Cada ensayo salía mejor y sentíamos que el barrio entero la escuchaba, hasta que una noche, con el mismo paso calmo con el que la había conocido hacía unas semanas, vi entrar a Tota al ensayo. Su presencia ya nos alegraba, aunque no sabíamos qué hacer cuando llegara el momento de cantar la despedida. Tota se sentó sola y así presenció toda la actuación, menos el momento final, porque no nos animamos a cantarlo. Hicimos el último cuplé y paramos. Quedamos mudos, incómodos, mirándonos unos a los otros y hasta la multitud que esa noche estaba en el club comprendió la situación y acompañó con su silencio. Entonces, Tota se levantó de su asiento para hacernos vivir uno de los momentos más emocionantes, cuando tomó la palabra y dijo: “Muchachos, la murga está preciosa, pero yo vine a escuchar la canción de mi hija”.

LA DISPARATADA VARA DE LA CENSURA: EL CUPLÉ PICANTE DE “LA COTORRITA” Y LOS DEDOS DE MINGUITO A ÚLTIMO MOMENTO
José Dorta
Murguista de Araca la Cana, Nos Obligan a Salir, Murgamérica, Arlequines, La Gran Muñeca, La Bohemia, Momolandia, La Margarita, Colombina Che, La Soñada y Los Diablos Verdes, entre otras. Artista plástico y maquillador.
La Comisión de Censura fue temible durante los años de la dictadura. Estaba integrada por muchos militares, aunque también había civiles. Estos eran los más peligrosos porque, aunque no tenían un poder real, estaban todo el tiempo al acecho y aprovechaban cualquier oportunidad para denunciar, quedar bien y así escalar posiciones en su mundo de alcahuetes. Los letristas de carnaval buscaban fórmulas para que sus libretos pasaran los controles, de modo que los censores estaban muy nerviosos: si una murga colaba algo que no les convenía, después debían rendir cuentas ante los mismos que un rato antes habían adulado. Hubo situaciones tensas y compañeros prohibidos, pero también hechos desopilantes, que demostraban que el verdadero enemigo del pueblo es la ignorancia. En el año 1977 estuve en Nos Obligan a Salir. Los ensayos eran en el Club Las Bóvedas, en la esquina de 25 de Mayo y Juan Lindolfo Cuestas, en la antigua Plaza de Deportes Número 1, un lugar que, en ese entonces, era muy murguero, como toda la vida lo fue la Aduana.
Noche tras noche se reunía un gran número de gente para ver un cuplé sobre “La Gallega y su Cotorrita”, que tenía un humor muy verde, tirando a grueso, escrito por el Diablo
Machín. La gente se mataba de la risa y nosotros estábamos encantados, porque se había corrido el rumor y venían a verlo entre mil y dos mil personas, desde distintos barrios. Como no tenía nada político, nunca nos imaginamos que podía quedarla en la censura. Sin embargo, la cotorrita –que andaba volando de “verja en verja” y hacía todos los peores relajos imaginables– estaba presa en su jaulita y eso fue suficiente para que desconfiaran y lo prohibieran. ¡Pensaron que la cotorrita zafada hablaba de la libertad y en realidad era todo relajo y disparates! Tuvimos que cambiarlo por otro de una gaucha que andaba por Tacuarembó, que era una pavada, pero igual mató… También padecimos en carne propia la censura ideológica. En 1982 pasé de Arlequines a Araca la Cana, que tenía una tradición de murga politizada y cuyos libretos eran dados vuelta de arriba abajo; examinados con un ensañamiento increíble. Ese año, José Catusa Silva [su máximo referente de entonces] había dado un paso al costado. La murga fue sacada por el Paraguayo López y Juan Ángel Peladito Díaz, quienes tres días antes del desfile llegaron al ensayo con las nueve hojas del libreto tachadas por la censura. Pasábamos las páginas y no se había salvado una sola cuarteta, de modo que no quedaba otra opción: hubo que reescribir todo, de principio a fin. Estuvimos a punto de no salir, pero esa misma noche les dije a los muchachos –llorando en el ensayo– que teníamos las músicas y los arreglos, de modo que solo había que poner otra letra. El libreto se escribió a contrarreloj y al otro día comenzamos a pasarlo a máquina para llevarlo nuevamente a la Comisión de Censura y ver si ahora sí era aprobado. La primera transcripción fue para los murguistas, que comenzaron a ensayarlo.
Pero, además, eran necesarias otras nueve copias para los milicos, que se realizaron en una máquina de escribir, una a una. El Paraguayo López las hizo en tiempo récord. Le dábamos tazones de café para mantenerlo despierto en la madrugada, porque se vencía el plazo. Y él, entre pestañeo y pestañeo, daba los teclazos con dos dedos, a la antigua, como Minguito, dejando listo el nuevo repertorio (*).

ARACA LA CANA Y EL DESAFÍO A LA POLICÍA EN TREINTA Y TRES
José Dorta
En 1983 fuimos a actuar a un festival importante en Treinta y Tres. Cuando llegamos, tuvimos que presentar el repertorio a un policía, que lo examinó y empezó a dar de baja casi por completo. “En esta ciudad esos temas no se pueden cantar”, decía, así que no tuvimos más remedio que volver al ómnibus para irnos.
Sin embargo, la conversación había sido escuchada por un hombre que, ni bien nos dimos vuelta, se acercó a proponernos que fuéramos a cantar las canciones que nos habían prohibido a su restaurante. “Tienen la cena paga y todo lo que quieran tomar, con una condición: hagan todos los temas que les censuró este milico”, nos dijo. Como su boliche estaba en frente de la plaza principal y se había corrido la pelota, poco a poco se empezó a llenar de gente. Al ratito cayeron los patrulleros con sirena abierta, porque se había armado un revuelo bárbaro y nos amenazaron con llevarnos presos. Catusa le respondía que esa era una actuación particular y que la murga había sido contratada. “Acá, en Treinta y Tres, eso no se canta”, volvió a decir el policía. “Pero este es mi boliche y se canta lo que yo quiero”, le respondió el dueño, jugándose el pellejo por entero, ya que, al fin y al cabo, nosotros nos íbamos a ir esa misma noche y el hombre podía seguir sufriendo las represalias. A todo esto, la gente estaba enardecida y había tomado partido a favor nuestro. Catusa llegó a decir a los milicos que aprovecharan a hacerse los vivos con el uniforme porque les quedaba poco tiempo… Finalizó la actuación y el policía, con su séquito, nos persiguió hasta la salida. El chofer del ómnibus –que en ese momento era Winston Boer– le cerró la puerta en la cara y allá quedó el hombre gesticulando y puteando solo. No voy a decir que no tuvimos miedo hasta que salimos del departamento, porque los patrulleros nos escoltaron hasta que cruzamos el límite con Lavalleja.

 

EMOCIÓN EN SAN JAVIER Y CHOQUE RUMBO AL TEATRO DE VERANO
Ronald Arismendi – Redoblante de Falta y Resto, Curtidores de Diablos, Nos Obligan a Salir, La Milonga Nacional, La Reina de la Teja, A Contramano, Asaltantes con Patente y Don Timoteo, entre otras.

«Vivimos la etapa final de la dictadura con muchísima intensidad. No teníamos una actuación pactada en San Javier, el pueblo de la colectividad rusa, en el departamento de Río Negro.
Sin embargo, nos desviamos para estar un rato con la gente, luego del asesinato del médico Vladimir Roslik por parte de los milicos; un hecho vergonzoso que había conmocionado a la ciudad. Nos esperaron con un cordero y muchos terminaron llorando luego de compartir la tarde. También fue muy emocionante el día en la que liberaron a Líber Seregni, tras once años de prisión. Nos enteramos por la radio, estando en el Club Tabaré. Salimos cantando y tocando por 8 de Octubre, con la gente siguiéndonos detrás. Llevamos las cañas tacuaras en la mano, como reconocimiento a su lucha.
* * *
Falta y Resto tenía la mala costumbre de llegar tarde a todos lados. El día del Teatro de Verano, en la primera rueda de 1983, apuramos tanto el camión, que terminamos chocando. El dueño del auto no sabía que éramos una murga, de modo que se llevó un susto bárbaro cuando vio a aquellos personajes vestidos de gauchos, indios y gallegos, que se bajaron bruscamente del camión, como si lo fueran a matar…

MARIANA ZAFFARONI: “Y ME ENCONTRARON…”
Raúl Castro
«A finales de los años noventa, estábamos actuando con Falta y Resto en La Trastienda de Buenos Aires. Cuando terminó la actuación, salimos a la calle y una muchacha llamó a un lado a Orlando Mono Da Costa. “Ustedes me andan buscando”, le dijo. El Mono quedó un poco descolocado y lo primero que le salió fue responder que no la conocía. Pero la joven insistió: “Sí, me están buscando… Y me encontraron: soy Mariana Zaffaroni (*)”.

(*) Mariana Zaffaroni Islas (22/03/1975) es hija de María Emilia Islas Gatti y Jorge Roberto Zaffaroni Castilla, desaparecidos el 29 de setiembre de 1976 en Uruguay y trasladados a Argentina, donde fueron asesinados por el Plan Cóndor. Abuelas de Plaza de Mayo identificó al matrimonio apropiador en 1983, pero fue recién en 1991 cuando se lo pudo encontrar y detener. Exámenes genéticos confirmaron que se trataba de Mariana y la justicia argentina le restituyó su identidad dos años después. Un hermano de Mariana nacido durante el secuestro aún permanece desaparecido. La imagen de la niña se convirtió en un ícono de la búsqueda de todos los colectivos de derechos humanos a la salida de la dictadura uruguaya, mientras se juntaban firmas para derogar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que amnistiaba a los militares.