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Pinocho vs Fischer: un alegato a favor de las emociones de la cultura popular

Por Gustavo Martínez Destasio
(Docente de literatura – Abonado – Columnista Invitado)

Las reflexiones que siguen están lejos de abordar desde el punto de vista jurídico el juicio de Fischer contra Los Zíngaros
y el autor de los textos del conjunto en el carnaval 2016, Marcelo Vilariño. Tampoco las reflexiones sobre el caso
pretenden valorar si estamos o no ante un caso de plagio.
Lo que se intentará seguir es una línea de razonamiento que aunque tiene varias facetas se centra en un tema preocupante y perturbador: el enfrentamiento entre una cultura supuestamente más elevada y digna, y una cultura popular, muchas veces despreciada y denostada como es el carnaval.
No conocer personalmente a ninguno de los dos autores, al del libro Al encuentro de las tres marías, el señor Diego
Fischer, ni al autor de la parodia, Marcelo Vilariño, me pone a una distancia óptima para opinar fuera de todo
interés o inclinado por simpatías personales.
El problema es que aquí hay todo un entorno que va más allá de estas dos personas, pues hay otros dos actores que jugaron un papel clave para dirimir el mentado “plagio”: La Academia Nacional de Letras y la jueza actuante. Ambos terminan inclinando su posición a favor del autor de Al encuentro de las tres marías con los argumentos que se explicitan en la sentencia de primera instancia.
Pero las repercusiones del caso no implican solamente a dos autores, en el hecho, además, quedan involucrados el
mundillo carnavalero, la asociación de directores de conjuntos y el Director del conjunto Zíngaros.
Por lo tanto el juicio está rodeado de elementos contaminantes que siempre son nocivos para impartir justicia.
Fischer ha sido en los últimos años un autor prolífico que mayoritariamente ha dedicado su obra a la investigación de la
vida de algunas personas que tuvieron un lugar destacado en la historia de la cultura nacional. Este afán por redescubrir
algunas personalidades habla bien de Fischer. Para escribir sobre ellas hay que tener una especial dedicación, una tarea
que es siempre algo engorrosa aunque fascinante, y por lo que recuerdo de su prosa (no tengo ninguno de sus libros), su
estilo ameno y fluido permite al lector incorporar conocimiento de las personas a las que Fischer intenta retratar.
Ahora bien, una biografía, que siempre es parcial, porque una biografía total además de imposible es impensable, supone
una selección arbitraria, cuando no caprichosa del “biografiado”, porque la vida de las personas, la pública y la privada,
aún de las personas más insignificantes, es inabarcable.
Los méritos de los autores que escriben biografías están en su criterio de selección y en el estilo de la prosa narrativa con la que se va a contar esa vida. Para lo primero se necesitó el esfuerzo de la investigación señalada más arriba, para lo segundo, tendríamos que ver la siempre discutible calidad expresiva, y todos los aspectos relacionados con la elaboración del texto.
Pero hay algo que es irrefutable, un biógrafo no es un creador.
Es un criterioso seleccionador de rasgos de una personalidad y de hechos determinantes de una vida. Puede el biógrafo, a través de su prosa, darnos información, crear ciertos climas, y los lectores incorporarán de ese material aquello que a cada receptor le resulte más llamativo.
Pero el biógrafo no construye un personaje. La persona sigue siendo persona y no personaje, y aún cuando viva en las páginas
como un “ser de papel” a nadie se le ocurriría pensar que está leyendo una ficción, aunque a veces lo parezca.
Si la editorial, que es obvio que busca sus naturales beneficios, y el autor de la biografía, que puede también querer
naturalmente obtener los suyos, se ponen de acuerdo, el producto puede ser de interés. Eso sí, quizás el mayor interés no
lo despierte la edición ni el biógrafo, sino el biografiado.
Hasta aquí los méritos de Fischer y el reconocimiento por su trabajo.
Eso no está en cuestión. Pero detrás está el carnaval. Y el carnaval uruguayo tiene entre sus tantas particularidades la de tener un concurso de espectáculos para ser representados. A tal punto es así que podríamos hablar de un subgénero teatral. Si así afuera, si lo es, aquí empezaría una parte del problema.
Es sabido que le ha costado muchos años al carnaval alcanzar el “status” de “espectáculo digno”.
Los actores de carnaval, y los espectáculos, siempre fueron mirados con cierto desprecio por el mundo del teatro “culto”
y por la crítica de espectáculos.
Dicho de otro modo, la cultura hegemónica siempre tuvo ciertos reparos en considerar al carnaval como un producto cultural.
Y digo con desprecio por no decir ignorados. La crítica de espectáculos, cuando la había, en las paginas de los diarios o semanarios tenía especialistas, algunos muy famosos, para los espectáculos teatrales o para el cine.
Por otro lado, algunas plumas más o menos talentosas y con ciertos vínculos con la cultura popular, hacían zafra en el mes de febrero comentando, o a veces simplemente reseñando, algo de lo visto en algún tablado o en el teatro de verano.
Y es cierto que el carnaval no ayudó mucho para hacerse valer. Es un tema muy complejo pero el mundillo del carnaval maneja una serie de valores y criterios muy difíciles de entender para los que lo ven
desde afuera.
Dejando de lado toda la larga lista de razones que influyen para considerar negativamente al carnaval, hay otra lista, no
importa si más extensa o no, para reconocerle méritos y otorgarle categoría de dignidad artística a los espectáculos y a los
componentes.
Es innecesario aclarar que para eso influyeron los más variados técnicos que con sus diferentes aportes y
conocimientos hicieron a la superación de los espectáculos y a realizar en algunos casos productos de calidad.
Hubo un momento, hace unos treinta años o poco menos, que la categoría Parodistas ha insistido con parodiar a algunas
personalidades, pero cuando decimos parodiar no necesariamente nos referimos a la ridiculización del homenajeado.
Generalmente es lo contrario, es una especie de homenaje que el carnaval, el parodismo particularmente, le ha tributado a
personalidades de la más diversa naturaleza y de todo tiempo y lugar. Algunas de las parodias que me vienen a la mente
homenajearon a Rosa Luna, a Dionisio, Díaz, a Charles Darwin, a Alfredo Zitarrosa, al “Pistola” Marcicano, a Carlos Solé,
a Evita,a José Pedro Varela, a Leonardo da Vinci, a Chaplin, a Mozart y a tantos otros. Los autores de esos textos se
inclinaron mayoritariamente por el homenaje, por la ponderación de las virtudes de la personalidad parodiada. No se trata
de si Artigas tiene más méritos que Menecucho (otros dos parodiados), lo que se hizo fue un enfoque del tema y de la
persona con una mirada que generalmente radicó en que la obrita de veintipico de minutos, generara un poco de simpatía
hacia el personaje, alguna nota dramática o sensible de ciertos episodios de su vida, y algunas situaciones jocosas que
provocaba el protagonista , o más bien algunos de los otros personajes secundarios de la parodia. Esto es parte de
exigencias formales y de contenido pues no debemos olvidar que la obra está concebida para ser representada en un
concurso que tiene un reglamento. A nadie jamás, que yo sepa, se le ocurrió enjuiciar al carnaval, ni las personalidades
más influyentes de la cultura o el quehacer nacional se sintieron ofendidos por el abordaje que hizo el carnaval de ciertos
temas y/o personas, aún cuando quizás en su fuero íntimo les molestó algo, porque todos los uruguayos, aún los ajenos al
carnaval, saben que esos son los códigos de la fiesta y los aceptan como tales.
Desconozco si en todos los casos se pidió permiso para parodiar o mencionar personas. No lo creo. Pero eso no importa.
Cuando el carnaval pone en escena una vida, una obra, en hecho histórico, son muchas las personas que acceden por
primera vez a información sobre tales asuntos. Esa difusión que sólo se da durante un mes en escenarios que van desde
el teatro de verano a humildes tablados de barrios periféricos, no pasaba de esos ámbitos hasta la llegada de la
televisación. Pero claro, aquí se mezclan los asuntos, porque la masificación trajo consigo algunos beneficios y ciertas
desventajas. El carnaval tuvo en los últimos tiempos dos tipos de espectadores. Los que asisten a las “representaciones”
y los que lo miran por televisión. Y entre estos últimos se da un curioso caso, el de un nuevo público, el del interior, que
sólo sabía de oídas cómo eran los espectáculos de carnaval. Quizás esta expansión del carnaval lleve a confusiones en
cuanto a los beneficios económicos, pues se tiende a creer desde afuera que la fiesta genera fabulosas ganancias sin
saber que en la mayor parte de los casos se está en ella por amor a una expresión popular y no por amor al dinero.
Quizás por eso un día ocurrió lo inevitable. Alguien sintió que le estaban usurpando ideas, que Juana era suya, que su
vida le pertenece, que no se puede concebir que se represente en un tablado a alguien que es patrimonio de la ” cultura
oficial “, aún cuando la pobre Juana no salió para nada mal parada de la representación de los Zíngaros. Todo lo contrario,
el homenaje fue respetuoso y sensible, y además bien actuado, pero eso es harina de otro costal.
La jueza, Fischer y los académicos, quizás no hayan visto la parodia sino mucho después de su representación, en
filmaciones. Porque hay un divorcio en el Uruguay, un peligroso divorcio de mentalidades de clases sociales y un divorcio
cultural. De un bando están los “cultos” que se apropiaron de una parte de la cultura, la supuestamente más elevada, y del
otro están los de la cultura degradada, la terrajada, la subcultura. Recuerdo que cuando el entonces director de cultura
Hugo Achugar mostró interés por llevar al Solís o al Sodre( no recuerdo bien) a todas las expresiones musicales, incluso a
la cumbia villera, no fue pequeño el coro de conservadores que pusieron el grito en el cielo horrorizados gritando ¡ NO !
Algo de eso hay aquí. Se puede sospechar que quizás se trate de un acto de codicia de Fischer, pero yo no creo en tanta
mezquindad, quizás sea el desconocimiento de la cultura popular, quizás sea la envidia del poder de comunicación que
tienen algunos fenómenos culturales a los que la burguesía culta no les perdona su éxito.
En mis clases de Literatura en la Enseñanza pública, al inicio de los cursos, mis sondeos sobre los prejuicios que se tienen
respecto del arte son desalentadores. Buena parte del estudiantado cree que no puede acceder a lo “culto” porque eso les
está reservado a otros. Pero no bien entienden que el Lazarillo de Tormes, que el Quijote, que Shakespeare y que
Florencio les pertenecen, que el cancionero popular también es Literatura , que también lo son algunos graffitis, empiezan
a disfrutar y a comprender que esa dicotomía que opone lo popular a lo culto es un cuento chino.
Deberían enorgullecerse algunos que lo que ellos reivindican también los reivindiquen otros con otro lenguaje, en otra
clave. Ojalá Fischer, los académicos y la Jueza actuante, y todos aquellos que por su sensibilidad merecen vivir
emociones artísticas populares, comprendan que el carnaval es eso, en Uruguay es sobre todo eso, una fiesta de
emociones, donde los paradigmas de la cultura hegemónica deben dejarse de lado para escuchar y ver desde otro lugar
las diversas facetas de la condición humana y del mundo social que se refleja en los espectáculos.
Es cierto que hay cosas del carnaval que deben revisarse pero no le quitemos su tarea de divulgación ya que allí radica
una buena parte de su popularidad, y lejos de la mezquindad de decir ”esto es mío y es sólo para mí y mis lectores”, sería
preferible el orgullo de decir “ esto es mío y me parece genial que otros lo puedan disfrutar por otro medio o en otra
versión, si es que no quieren o no pueden comprar mi libro”.